Quién, como José Martí, el Apóstol cubano, como cariñosamente le dicen, para enseñarnos esta condición de la solidaridad social: ¡la amistad!
Él mismo la cultivó a través de la carta, de las reuniones sencillas y tertulianas, de la ayuda desinteresada en todo lo que fuera necesario y, claro, desde la poesía.
Él, que a pesar de haber permanecido en su tierra sólo diez y seis años de los escasos cuarenta y cinco que vivió, fue un cultivador de esa posibilidad de felicidad humana que es la amistad. Su tierra y el exilio político fueron su campo de cultivo.
En ese campo florece la amistad con Don Nicolás del Castillo y Díaz, compañero de penalidades y presidio. Asimismo, cultiva la amistad con Alejandro Rodríguez Velazco, veterano desterrado del ’68, quien terminaría la Guerra de Independencia con los grados de General de División y sería el primer alcalde electo por votación popular en La Habana republicana. Figuran, también, entre sus innumerables amigos Serafín Sánchez Valdivia y Eligio Carbonel a quien Martí en 1892, en prueba de su afecto imperecedero, le envió como recuerdo desde Nueva York una foto suya con la siguiente dedicatoria: «A Eligio Carbonel, que pasa por el mundo con alma de hermano, y tiene uno, en un hombre que sólo ama la virtud, suyo José Martí, Tampa, 7 de julio de 1892».
Una Rosa Blanca
Cultivo una rosa blanca
En junio como en enero
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo
Cardos ni espinas cultivo
Cultivo una rosa blanca.
Versos sencillos
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes
Y hacia todas partes voy
Arte soy entre las artes
En los montes, monte soy.
Son muchas las actividades para cultivar la amistad y son muchas las posibilidades de que florezca, sólo hay que sembrar y sembrar quitando, a su vez, la maleza.