Maximo Gorki- sobre los libros o qué piensa Máximo Gorki, el gran novelista ruso sobre los libros, sobre la lectura, sobre el papel de la comprensión lectora, en fin, sobre ese acto sublime que es leer
Desde 1977, año en que llegó a mis manos, este artículo de Máximo Gorki me ha parecido una excelente lección sobre la función que han cumplido, cumplen y cumplirán los libros, que cumple la lectura, el acto de leer.
Lo he compartido por años con mis alumnos en las universidades. Siempre hemos encontrado vigentes sus ideas.
En la actualidad, mucho más, cuando es posible acceder al libro a la lectura a la comprension lectora por la vía expedita de la web o de la Internet. De todos modos la función noble del libro es la misma, esté en papel o esté en el espacio global.
Sobre los libros
Máximo Gorki
Artículo fue publicado como prefacio a la Historia General de las Literaturas Extranjeras, de P. Mortier, París 1925.
Me han pedido ustedes que escriba un prefacio para este libro. No soy un escritor de prefacios, pero no estoy dispuesto a rechazar un ofrecimiento tan lisonjero, de modo que aprovecharé esta oportunidad para decir unas cuantas palabras sobre lo que pienso de los libros, en general.
Le debo a los libros todo lo que es bueno en mí. Y en mi juventud me di cuenta de que el arte es más generoso que las gentes. Soy un amante de los libros; cada uno de ellos me parece un milagro y el autor un mago. Soy incapaz de hablar de los libros como no sea con la más profunda emoción y un entusiasmo gozoso. Esto puede parecer ridículo, pero es la verdad. Probablemente se dirá que es éste el entusiasmo de un bárbaro; que la gente diga lo que quiera, yo estoy curado de espanto.
Cuando sostengo un nuevo libro en mi mano, algo hecho en una imprenta por un tipógrafo, un héroe a su manera, con ayuda de una máquina inventada por otro héroe, me invade la sensación de que algo vivo, maravilloso y capaz de hablarme ha entrado en mi vida; un nuevo testamento escrito por el hombre acerca de sí mismo, de un ser más complejo que ninguna otra cosa en el mundo, el más misterioso y el más digno de amor, un ser cuya labor y cuya imaginación han creado todo lo que en el mundo es movido por la magnificencia y la belleza.
Los libros me guían a través de la vida, que conozco bastante bien, pero siempre tienen ellos una manera de decirme algo nuevo sobre el hombre que yo no conocía antes. En un libro completo se puede no encontrar sino una sola frase notable y es precisamente esa frase la que nos liga más estrechamente al hombre y provoca una nueva sonrisa o una nueva mueca.
La majestad del mundo estelar, el armonioso mecanismo del Universo y toda esa astronomía y cosmología de lo cual se habla con tanta elocuencia, no me conmueven ni despiertan mi entusiasmo. Mi impresión es que el Universo no es tan asombroso, como los astrónomos quisieran que nosotros creyéramos y que en el nacimiento y muerte de los mundos hay inconmensurablemente más caos sin sentido que armonía divina.
En algún lugar en el infinito de la Vía Láctea un sol ha llegado a extinguirse y los planetas a su alrededor están sumidos en la noche eterna; esto sin embargo, es algo que no me conmueve en absoluto; pero la muerte de Camille Falmarion, hombre de magnífica imaginación, me produjo profunda pena.
Todo lo que nos parece perfecto y bello ha sido inventado o narrado por el hombre. Es de lamentar que frecuentemente haya tenido que crear también el sufrimiento, y elevarlo como lo han hecho Dostoievski, Baudelaire y sus semejantes. Aún en esto veo un deseo de embellecer y paliar aquello que en la vida es monótono y odioso.
No hay belleza en la naturaleza que nos rodea y tan hostil nos es; la belleza es algo que el propio hombre crea, sacándolo de lo profundo de su alma. De este modo, el finlandés transfigura sus pantanos, sus bosques y sus rocas graníticas de color de herrumbre, con su vegetación parca y raquítica, en escenarios de belleza, y el árabe se convence a sí mismo de que el desierto es hermoso. La belleza ha nacido del esfuerzo del hombre para contemplarla. Yo no me deleito en las masas de montañas caóticas y dentadas, sino con el esplendor de que el hombre las ha dotado. Yo siento admiración por la naturalidad y magnanimidad con que el hombre está transformando la Naturaleza, una magnanimidad que es lo más asombroso, porque la Tierra, si uno piensa más detenidamente en el asunto, está lejos de ser un lugar acogedor para vivir. Pensad, en los terremotos, huracanes, tormentas de nieve, inundaciones, calor y frío extremos, insectos y microbios dañinos y en mil y una otras cosas que harían nuestra vida por completo intolerable si el hombre fuera menos heroico de lo que es.
Nuestra existencia ha sido trágica siempre y por doquiera, pero el hombre ha convertido estas innumerables tragedias en obras de arte. No conozco nada más asombroso ni más maravilloso que esta transformación. A ello se debe el hecho de que en un pequeño volumen de poemas de Pushkin o en una novela de Flaubert encuentre yo más sabiduría y belleza viva que en el frío centelleo de las estrellas, el ritmo mecánico de los océanos, el murmullo de los bosques o el silencio de los yermos.
¿El silencio de los yermos? Ha sido reciamente transmitido por el compositor ruso Borodin en una de sus obras: ¿La aurora borealis? Prefiero los cuadros de Whistler. Fue una verdad profunda la que Honh Ruskin proclamó cuando dijo que los crepúsculos ingleses habían llegado a ser más hermosos después de los cuadros de Turner.
Me gustaría mucho más nuestro cielo si las estrellas fueran más grandes, más brillantes y estuvieran más cerca de nosotros. En realidad se han vuelto más hermosas desde que los astrónomos han estado hablándonos más de ellas.
El mundo que habito es un mundo de pequeños Hamlets y Otelos, un mundo de Romeos y Goriots, Karamazovs y Mr. Dombey, de David Copperfield, Madame Bovary, Manon Lescaut, Anna Karenina, un mundo de pequeños Don Quijotes y Don Juanes.
De tales insignificantes criaturas, de nuestros semejantes, los poetas han creado imágenes majestuosas y los han hecho inmortales.
Vivimos en un mundo en el que es imposible conocer al hombre, a menos que leamos los libros escritos sobre él por científicos y literatos. Un cocur simple de Flaubert es tan precioso para mí como un evangelio; Landstrykere (El Crecimiento de la Tierra) de Knut Hmsun, que maravilló del mismo modo que la Odisea. Estoy seguro de que mis nietos leerán Jean Christophe de Romain Rolland y venerarán la grandeza de alma y de intelecto de su autor, su inextinguible amor a la humanidad.
Sé bien que esta clase de amor está considerada hoy pasada de moda, pero ¿qué importa? Vive sin declinar y continuaremos viviendo sus alegrías y tristezas.
Creo aún que este amor se está haciendo más fuerte y más consciente. Aunque esto tienda a prestar a sus manifestaciones cierta restricción y pragmatismo, ello de ningún modo mengua la irracionalidad de este sentimiento en nuestra época en que la lucha por la vida se ha vuelto tan amarga. No deseo conocer nada sino el hombre, para acercarse al cual los libros constituyen guías amigos y generosos; hay en mí un respeto más y más profundo por los modestos héroes que han creado todo lo que es hermoso y grande en el mundo.