“Dulce hay que ser y darse a todos” es una expresión nerudiana en relación con la amistad.
“Mi vida es una vida hecha de todas las vidas” decía Pablo Neruda y sintetizaba así una verdad inconmensurable: La vida es un enlace, una sucesión, una serie, un ciclo donde caben todos nuestros abrazos. Eso es la amistad.
Será por ello, entonces, que en Crepusculario, su obra de génesis, propone:
Dulce hay que ser y darse a todos
Para vivir no hay otro modo
De ser dulces
Darse a las gentes
Como a la tierra las vertientes
O como lo insinúa en ese bello verso que dice:
Que quien se da no se termina
En 1939, Pablo Neruda es nombrado Cónsul encargado de la Inmigración Española con la misión de trasladar a Chile un contingente de refugiados. En esta labor se apoya en intelectuales como Diego Rivera y en medio de muchas dificultades logra el transporte de cerca de 2.000 refugiados españoles de la Guerra Civil. El barco, bautizado como “Winnipeg” llega a Valparaíso el 4 de setiembre de 1939. De ese acto de solidaridad o sea de amistad hace poesía:
Todos fueron entrando en el barco/Mi poesía en su lucha había logrado/encontrarles Patria/ Y me sentí orgulloso”.
Así, también, Pablo Neruda, como le decía Matilde, canta el amor solidario, fuerte, firme y resistente:
Dos amantes dichosos hacen un solo pan
una sola gota de luna en la hierba
dejan andando dos sombras que se reúnen
dejan un solo sol vacío en una cama.
De todas las verdades escogieron el día
no se ataron con hilos sino con un aroma
y no despedazaron la paz ni las palabras
La dicha es una torre transparente.
El aire, el vino van con los dos amantes
la noche les regala sus pétalos dichosos
tienen derecho a todos los claveles.
Dos amantes dichosos no tienen fin ni muerte
nacen y mueren muchas veces mientras viven
tienen la eternidad de la naturaleza.